Algunos asistimos
atónitos al festival de violencia declarado en Jerusalén desde hace
unas semanas por no se sabe qué fuerza maligna y que encuentra en
los ciudadanos de a pie, en los niños, en los jóvenes, en las
señoras y en los ancianos de cualquier edad y condición, a las
víctimas propiciatorias de sus repulsivos actos.
Occidente no se entera.
Sus telediarios siguen mostrando imágenes de terremotos en Asia, de
violencia sectaria en Latinoamérica o de entregados deportistas
ganando mundiales de Fórmula Uno. Occidente mira para otro lado. Lo
cual no es sorprendente, pero plantea la duda de por qué lo hace
justo ahora. Tiempo atrás, al público le encantaba un telenoticias
que empezase con el “conflicto de Oriente Medio”. Estaba bien
visto dolerse de los palestinos de vez en cuando, verlos tirando
piedras a un ejército malvado y armado hasta los dientes, y seguir
degustando la comida de mediodía con la familia, entre comentarios
de cómo yo, Fulanito de Tal, solucionaría esta guerra a intervalos.
En estos momentos, el
velo de silencio inquieta, porque no se entiende. ¿Es geoestrategia
auspiciada por la administración Obama? ¿Es desinterés? ¿Es,
quizás, hasta difícil, encontrar en Israel la “culpa boomerang”
que hace que lobos solitarios palestinos con ideología fanática
arremetan contra carritos de bebés que esperan el autobús junto a
sus padres? No creemos, ni por un instante, que no se pueda buscar
algún “botón de muestra” para darle la vuelta a la tortilla y
culpar al “estado sionista” de nuevo. Entonces, ¿qué pasa?
Europa es muy capaz de esas minucias. Sin embargo, no le duelen
prendas para proclamar el estado palestino unilateralmente, el día
en que en Israel se produce el peor atentando terrorista en años,
nada menos que en una sinagoga y entre personas que rezaban.
Probablemente, se trate
de que, si no hay una guerra instalada, no merece la pena volver a
empezar con las acusaciones. Ya hubo bastante este verano. El público
está aburrido. Tampoco hay interés en encontrar la piedrecita
palestina en la infame masa de combatientes del Estado Islámico.
Cuanto menos se escarbe, mejor.
Mientras tanto,
observamos atónitos cómo una hidra, un monstruo ctónico antiguo,
de las mitologías griegas más pretéritas, emerge de las
profundidades de la sociedad israelí, para devorar cuanto encuentra
a su paso: ciudadanos de a pie, personas que van a trabajar o a
estudiar, seres humanos inocentes, que esperan un autobús para
cumplir con sus obligaciones cotidianas.
Heracles, en sus Doce
Trabajos, comenzó por descabezar a la Hidra de Lerna, pero cada vez surgía una nueva
cabeza que sustituía a la anterior, en una sucesión monstruosa y
descorazonadora. Al filo de la extenuación y pensando no poder
cumplir con la tarea encomendada por el rey Euristeo, su sobrino
Yolao dio con la solución, dicen que inspirado por Atenea:
cauterizar cada descabezamiento, evitando así que volviera a surgir
la siguiente cabeza del monstruo.
Israel ya lucha
denodadamente contra la hidra, aunque Yolao no termina de llegar con la
solución. Socialmente resulta casi imposible cauterizar cada nuevo
descabezamiento, porque la hidra emerge del mismo seno de esa
sociedad a la que hiere. Occidente mira para otro lado. Mientras, la
hidra se refleja en el espejo de una Europa colonizada ya por el
mismo cáncer de la minoría fanática, que todavía no se ha
materializado en terrores selectivos. Muchos tememos que pronto lo
haga.