sábado, 1 de diciembre de 2012

LUMINARIAS EN EL SOLSTICIO DE INVIERNO

Desde la más remota antigüedad, el ser humano sabe, por experiencia de especie, que hacia el último mes de nuestro año gregoriano, el sol va desapareciendo cada día antes y la noche va ganando su partida paso a paso, hasta convertir el día más corto del año en un suspiro de luz, registrándose el atardecer poco después del culmen del día.

En los albores de esto que hoy llamamos Humanidad con mayúsculas, el asustadizo homínido de las cavernas que fuimos llegó a pensar que, si no hacía nada por remediarlo, el astro rey desaparecería por completo un día y no volvería a amanecer jamás. Este miedo irracional le condujo a la creación de una amalgama de prácticas mágico-religiosas, que, con el fuego como protagonista, intentaba, por un lado, recrear la luz natural y, por otro, asegurarse de que ésta volviera, a no tardar.

Esos festivales de las luminarias tomaron diversas formas, dependiendo de las culturas, pero, a la postre, se convirtieron en rituales sagrados, sin los cuales el género humano se sentía perdido y al borde de la extinción irremediable por falta de luz. No hay que olvidar que la mayor parte de los panteones sagrados ancestrales tienen al sol como dios central y padre de la vida.

El tiempo siguió avanzando por regiones y adaptándose a nuestros calendarios, pero aquí y allá se siguieron recreando los mitos, cuyo centro era el sol y la preparación de su venida: desde el Inti Raymi de los incas, pasando por el Yalda del mitrismo iraní, hasta llegar a la primera Roma de las Saturnales y, después, a la del Sol Invicto, todo evoca esta necesidad vital del ser humano y su deseo imperioso de que el sol renazca. Hasta la Janucá judía de la época del Segundo Templo, con su goteo diario de luz en cada brazo de la menorá, debió recoger tradiciones israelitas anteriores y dotarlas del carisma de los Macabeos para que perdurase en el tiempo y no fuese podada del futuro  árbol del judaísmo rabínico.

Luz, renacimiento, esperanza y buenos deseos: ¿nos suena de algo, verdad? Renuncio a traer y llevar de nuevo el cargamento de objeciones que la Natividad, vulgo Navidad, suscita en el purista. Lo que quiero es, de alguna manera, recordar que en el fondo no hemos cambiado tanto y que quizás deberíamos, de vez en cuando, bajarnos de nuestros pedestales digitales y urbanitas para reconocer que durante unos cuantos días del año albergamos en nuestras almas un desasosiego creciente ante el temprano atardecer y un temor, como vago, lejano, pero presente, de que el astro rey pierda la partida esta vez y nos deje sumidos en las tinieblas del Mummer's Day de los galeses: día de oscuridad. Por eso, y en ausencia de hogueras encendidas en las encrucijadas, llenamos nuestras casas, nuestras calles, nuestros trabajos y nuestras vidas de luces grandes y pequeñas que nos hacen más llevadero el tránsito al renacimiento.

Por la luz y el renacimiento.