domingo, 6 de mayo de 2012

BENZION NETANYAHU: IN MEMORIAM

La mañana del pasado lunes 30 de abril nos dejó en Eretz Israel el profesor Netanyahu, zijrono li'beraja, a los 102 años de edad. No por esperado, dada la avanzada edad que tenía, deja de sobrecogernos el fallecimiento de este polifacético ser humano, que para Occidente eclipsa la mediática figura de su hijo, Bibi Netanyahu.

Hijo de rabino polaco sionista, llegó a Eretz Israel mucho antes de la creación del estado moderno y, con el tiempo, se convirtió él mismo en líder del movimiento sionista revisionista, llegando a ser secretario del propio Ze'ev Jabotinsky. Militó y creyó hasta el fin en el tan denostado concepto del Gran Israel (Eretz Israel Hashlemah) y entregó un hijo para la causa, cuando su primogénito Yonatán fue asesinado, mientras lideraba la operación Entebbe de 1976, convirtiéndose así en un héroe para sus conciudadanos.

Sin embargo, y en nuestra modesta opinión, si por algo debe ser recordado el profesor, es precisamente por su gran aportación a la investigación histórica de la comunidad judía medieval en tierras hispanas, esto es, a la Edad de Oro de los judíos en Europa, que se desarrolló en la vieja Sefarad.

Su gran aportación consistió en matizar y revisar hasta la saciedad todo el trabajo anterior y en dotarlo de una nueva y valiente visión, que, precisamente por osada y adelantada a su tiempo, le valió numerosísimas críticas y le granjeó la antipatía de no pocos estudiosos de la materia. Y es que, en un alarde de conocimiento de la naturaleza humana y, como decimos, a través de una exquisita revisión y estudio de las fuentes, el profesor determinó que el carácter de la judeofobia patria no tuvo nada que ver con la supuesta ola de judaizantes predicada por propios -caso del profesor Baer- y extraños -caso de los historiadores españoles-, sino que obedeció a una simple cuestión de racismo. ¿Nos suena de algo? El caso es que el profesor Netanyahu se atrevió además a poner en tela de juicio la supuesta fidelidad de los conversos a su ascendencia e identidad judías y a muchos de ellos los supuso asimilados ya en la segunda generación posterior a los pogroms de 1391, lo cual fue imperdonable para muchas figuras sobresalientes de su pueblo, así como para muchos teóricos de la mentira histórica y la novela rosa.

Osado y valiente, fue denostado por unos y por otros tanto en lo político como en lo académico. Nosotros nos quedamos con la totalidad de lo que fue su vida. Una existencia llena de aciertos y de desaciertos, ya que es la imperfección lo que nos hace humanos y él desarrolló su humanidad en todos los aspectos de una larga vida. No obstante, creemos que es la pasión por lo que consideramos nuestro lo que nos acerca a la posteridad y estamos seguros de que de eso, y pese a su apariencia de viejo profesor despistado de película de Spielberg, andaba sobrado Benzion Netanyahu.

Hasta siempre, desde la vieja Sefarad, descubierta y reinventada por usted, querido profesor.

sábado, 5 de mayo de 2012

AJAREI MOT-KEDOSHIM: SANTOS Y SEPARADOS

La parashá de esta semana, como algunos años ocurre, está formada en realidad por dos parashiot. La de “Ajarei-Mot” y la de “Kedoshim”. La razón de su unidad no es otra que la ubicua presencia en las mismas del concepto que las sintetiza: la santidad, con mayúsculas y con minúsculas. No olvidemos que el Eterno la predica de sí mismo también.

Por supuesto, con esta explicación no descubrimos nada que no esté desmenuzado en todas las fuentes disponibles. Tampoco añade nada decir que la santidad se interpretaría tanto por los tannaítas  como por las fuentes rabínicas posteriores como “separación”. Así lo testimonió Rashi en la Edad Media; sin duda, heredero de una tradición bien conocida por sus antepasados.

Lo que nos interesa resaltar es la trascendencia de este concepto para la posteridad. Tanto para el pueblo de Israel como para su heredero apócrifo, el cristianismo. Para Israel, para el pueblo judío en definitiva, se trataría de su manera de “estar” en el mundo de ahí en adelante. Para el cristianismo, que se atribuye, no sin cierta impudicia, el ser el verus Israel, la invención o el perfeccionamiento de nuevas formas en la vía de la espiritualidad, como son el ascetismo y el monacato, ya sea masculino o femenino.

Evidentemente, la  santidad por la separación, interpretada por unos primero y por otros después, es un concepto diferente y, en muchos casos, hasta divergente. Los hijos de Israel se separan del mundo, pero permaneciendo en él, ya que mantienen todos los postulados de una vida secular y, al mismo tiempo, la cargan de límites y de barreras para alejarla lo más posible de lo mundano. Y eso, toda vez que la separación extrema, habiendo existido, como por ejemplo en el caso del mundo esenio, había resultado un fracaso. Al menos, es ésta la explicación del mundo rabínico al colapso de las múltiples formas de judaísmo de la época del Segundo Templo que no fueran la superviviente y rediviva de Yavneh: pero es otra historia que merece un aparte. Los hijos de la Iglesia, por su parte, acaban separándose de lo humano, en una vana pretensión de ser algo así como seres angelicales: sin sexo y sin ego, negándose a sí mismos para llegar a D'os.

Se trata en ambos casos de un concepto muy bello, pero, como decimos, muy poco humano. Objetarán los teóricos del rabinismo que su forma es más asequible y, por tanto, más verdadera: sin negar al hombre, como los sacerdotes y monjes cristianos, se acercan, sin embargo, a D'os por su estricta observancia de prohibiciones y a través del cumplimiento de las mitzvot. No les falta razón, pero se olvidan de una cuestión para nada insignificante: se alejan de su prójimo, entendiendo como tal al “no judío”. Y eso, en nuestra humilde opinión, deshumaniza en igual medida que el negarse a uno mismo, tal como D'os nos ha creado. Ese Creador, cuyo propósito al dotarnos de una determinada naturaleza, sea que experimentemos la imperfección para, una vez asimilada, poder iniciar el camino de la perfección que, seguramente, al final de un largo recorrido, nos espera.