viernes, 5 de octubre de 2018

LA PARADOJA DE AMAR A UN PRÓJIMO QUE TE RECHAZA

El mundo judío es a menudo conceptualizado como algo impermeable y herméticamente cerrado al elemento externo. Esta percepción, si bien no refleja al 100% la realidad, tampoco choca con ella, pues pese a la existencia de una minoría judía que intenta abrirse, lo cierto es que la tendencia dominante ha sido siempre la opuesta.

El sufrimiento del pueblo judío a lo largo de la Historia ha sido tan continuo, que bien parece ya algo inherente a él. Es complicado encontrar en la Historia otro ejemplo de pueblo tan odiado y perseguido, lo cual motiva y alimenta esa gran desconfianza judía hacia el elemento externo.

No obstante, esta relación causa/efecto no está siempre tan claramente definida. Me explico. A menudo me parece que en la sociedad israelí moderna, esa maraña de religión-laicismo-tradicionalismo-secularidad-Historia-hechos-sentimientos-etc., enreda las cosas y allana el terreno para que se imponga la tendencia exclusivista incluso entre algunos laicos, de manera más o menos consciente.

Estamos en 2018, año 5779 del calendario judío. Hoy en día, no sólo todo el mundo no odia al pueblo judío, sino que hay mucha gente que lo admira e incluso se siente parte de él de alguna manera. Sin embargo, esa gente suele recibir de la mayoría de judíos, poco más que un tibio agradecimiento. Algo así como “Bueno... Pues... Gracias por tu solidaridad, pero... No sé muy bien qué pretendes. Tu solidaridad no te hace como yo”.

Y si hablamos concretamente de la mayoría de autoridades religiosas judías, esta desconfianza se materializa en un claro rechazo. Un rechazo con la mano izquierda... y también con la derecha. Es penoso que ciertos rabinos actúen como si se creyeran profetas, enviados de Dios, gestores del cumplimiento de la voluntad divina en la tierra.

Puedo entender las causas de la desconfianza del pueblo judío hacia lo no-judío, pero lo siento, me puede la racionalidad. Nunca dejará de parecerme ridículo que para muchos judíos, el rechazo sea una consigna, máxime si para preservar el elemento judío hay que incumplir lo más básico de la Torá, “Ama al prójimo como a ti mismo”. Pues a no ser que yo esté equivocado y ese prójimo al que se refiere la frase sea exclusivamente judío, creo entender que la palabra prójimo no excluye a aquellos que no fuimos circuncidados a los ocho días de nacer.

Repito: puedo comprender las causas que llevan al pueblo judío a no bajar la guardia en el control de la frontera entre su mundo y el de los otros. Pero denegar la aliyá a judíos que la solicitan... Empujar a ciertos judíos israelíes a casarse en Chipre al impedirles hacerlo bajo jupá por motivos absurdos... Establecer cientos de obstáculos, trabas, barreras y cortapisas a todo gentil decidido a convertirse al judaísmo... Por favor... En algún momento alguien debe darse cuenta de que este funcionamiento no puede ser muy positivo para Israel, pues con ello se está echando a perder algo importante. Básicamente y recordando para la ocasión las palabras que una vez me dijo un rabino, "hay mucha gente dentro del pueblo de Israel que debería salir y otra mucha fuera que debería entrar en él", se está perdiendo la valiosa entrega de una gente nacida goy, que se siente parte de ese pueblo, que ama Israel más que muchos judíos y que estaría dispuesta a defender esa tierra con su vida cuando fuera preciso.

¿Qué es, por contra, lo que se obtiene con el rechazo? Pues habrá de todo, pero el rechazo nunca es plato de buen gusto para nadie. Habrá quien no se desanime y siga intentándolo, habrá quien contemple hundido cómo se desmorona su castillo de naipes, habrá hasta quien se monte su propia vida judía al margen de la ortodoxia. Y muy probablemente, habrá quien no pueda soportar la rabia de ser rechazado y acabe odiando absolutamente todo lo judío. La pregunta, queridos judíos, es: ¿merece la pena intentar evitar esto último?