Ayer fue un día singular en EE.UU., ya que su presidente, Barack Obama, aprovechó el tradicional acto de “indulto” a los pavos que no serán sacrificados en Acción de Gracias, para felicitar a los judíos la Janucá. Con su habitual perspicacia y verborrea -cualidades que hay que reconocer que tiene el mandatario-, acuñó un término propio: la “Thanksgivukkah”, ya que, raramente coincide el Thanksgiving norteamericano con la Fiesta de las Luces judía, que suele hallarse siempre más cerca de la Natividad cristiana.
El caso es que, sea dicho con más o menos convencimiento, lo que revela este término es la fabulosa koiné cultural o melting pot que está en la base de la mentalidad estadounidense y que tanto se echa de menos por estos lares, puesto que aúna la transversalidad cultural con el espíritu patriótico de “We are all Americans”. Así, todas las fiestas importantes de las “minorías mayoritarias” son felicitadas y todo el mundo participa en las celebraciones del vecino. No es extraño ver a niños baptistas en el Bar Mitzvá de sus vecinos judíos o a niños judíos atareados en la decoración de su clase con adornos navideños, igual de entusiasmados que los cristianos.
Es evidente que, tras estos convencionalismos sociales, también se encontrarán el desprecio o la indiferencia, barnizados con la típica hipocresía puritana -buen día para recordarlo- de los norteamericanos, pero no siempre. Y, aun en el caso de que esto fuera siempre así, vale la pena pasar por alto esta típica reacción humana de la inquietud frente a lo diferente en aras de que todos participen de la vida cotidiana de los demás. Estamos convencidos de que en la base de esta participación común en las celebraciones de los demás, un poso de amalgama e integración culturales va quedando en los individuos y en las sociedades. De hecho, EE.UU. no comenzó así su andadura como país, pero pronto descubrió que, si quería ser un país cohesionado, ése era el camino y no la creación de guetos para irlandeses primero, para italianos después o para hispanos en los últimos tiempos.
A propósito de esto y volviendo a Janucá, los macabeos no fueron, sin duda, los campeones del diálogo intercultural. Sin embargo, a su manera, les dijeron a los greco-sirios que el barniz helenista no podía ni debía ocultar la gloria de la cultura y de la religión israelitas, ya a las puertas del judaísmo del siglo I. Ellos lucharon denodadamente por la uniformidad cultural, pero, con el tiempo, y puesto que el helenismo era el “yankismo” actual, lo que consiguieron fue devolver el judaísmo a un Israel ya helenizado. Lo cual fue, en nuestra opinión, un acierto, porque cualquier judío de clase alta del siglo I acabó teniendo como lengua materna el arameo, pero como lengua de cultura el griego; como religión, el judaísmo, pero como filosofía interpretativa del mundo, la cultura clásica. Y, no nos engañemos, la rápida romanización de Judea y Samaria, sobre todo de Samaria, se debió sin duda al sustrato helenístico anterior que la soportaba. Aunque eso es otra historia...
Hoy, primer día de Janucá, 25 del mes de Kislev, después del encendido ayer de la gran Menorah en el Muro Occidental, algunos deseamos que “Un Gran Milagro Ocurra Aquí”, en nuestra vieja Europa, y especialmente en nuestra maltratada Sefarad, y que todos aprendamos que la integración cultural y el respeto al otro también pasan por acuñar términos en común y por estar aquí los unos para los otros y no ninguno para nadie, como viene siendo el caso en los últimos tiempos.