lunes, 14 de marzo de 2011

NOSOTROS SOLOS

Hace poco más de una semana se produjeron dos atentados contra sendas comunidades religiosas judías de dos países lejanos entre sí, pero que conforman el liderazgo indiscutible del bloque socioeconómico de Occidente: me estoy refiriendo a Estados Unidos y a Alemania. En concreto, un complejo sinagogal del área de Chicago recibió un paquete bomba el domingo día 31 de octubre, mientras que otro complejo sinagogal en Alemania había sido objeto del lanzamiento de un cóctel molotov el sábado día 30 de octubre. No hubo víctimas, aunque sí daños materiales.

Personalmente, tuve conocimiento de ambas noticias por la prensa israelí, la cual intento leer en todas sus vertientes ideológicas para tener una idea lo más cercana posible a la realidad cotidiana de este país. No obstante, dejando de lado el titular necesario que las prensas locales de las zonas implicadas en los atentados recogían, lo difícil -por no decir prácticamente imposible- era encontrar una reseña, por breve que esta fuera, en la prensa internacional, ya que las agencias y medios de comunicación españoles directamente optaron por no incomodar al público con estas “pequeñeces”, como suele ocurrir cuando el agredido no les interesa.

Guido Westerwelle -vicecanciller del gobierno de Angela Merkel- trató los hechos acaecidos en el complejo sinagogal inaugurado apenas en septiembre de este año y del que no se daban más detalles -vaya usted a saber por qué- como “hecho execrable”, a la par que señalaba la imposibilidad de que el “antisemitismo vuelva a campar a sus anchas por Alemania”. En cuanto a la congregación de Chicago, se recogían diversas reacciones de los líderes religiosos de la zona, así como de otros lugares con fuerte presencia religiosa y social judía, como es el caso de Nueva York. Dov Hikind, miembro destacado de una congregación importante de Brooklyn, decía que la policía había incrementado el número de efectivos que vigilan de cerca estas comunidades, pero que, debido a la abundancia de las mismas en Nueva York era casi imposible garantizar la seguridad de todas ellas. Añadía algo demoledor y con lo que muchos estamos desgraciadamente de acuerdo: “no se trata de si las sinagogas de Brooklyn van a ser atacadas, sino de cuándo”. El responsable comunitario añadió, además, que eran las propias comunidades las que debían tomar sobre sí mismas la responsabilidad de protegerse, sin ceder a ningún tercero parte de esta responsabilidad.

La prensa israelí de hoy se hace eco de otra de las medidas y meditadas declaraciones de la administración del Nobel Barack Obama -este tema sí parece de interés público mundial-, en las que se dice que “la fuerza no es la única manera de parar a Irán”. Estas declaraciones se producían durante el transcurso de una reunión entre Netanyahu y Biden -toda vez que Obama se encontraba de gira por Asia- para tratar de la tan traída y llevada paz en la zona. Sería muy largo adentrarnos en las razones por las cuales es siempre Israel quien tiene que dar costosísimas explicaciones de lo que hace para conseguir la paz en la zona, sin implicar a ningún interlocutor más con tamaña responsabilidad, así que lo dejaremos para otro momento. No es tampoco el objetivo de este artículo dar a entender la necesidad de un conflicto armado contra Irán para solucionar los problemas del mundo, nada más lejos de la realidad. El acento se quiere poner, de hecho, en el “oídos sordos” del mundo o, por descender un peldaño en el registro, pero para que todos nos enteremos en el: “habla chucho, que no te escucho”.

Lo que intento decir es que el mundo está cada vez más de espaldas a lo que pueda ocurrirle al pueblo de Israel, dentro o fuera de sus fronteras, ya que lo que se execra no es ya la idea de Israel como estado opresor, sino, cada vez con paso más firme y demoledor, el hecho de ser judío en el mundo actual. Parece que la judeofobia explícita y virulenta ha despertado de un letargo de setenta u ochenta años y gana adeptos por doquier, ante la insípida mirada del mundo civilizado.

Sin ir más lejos, este sábado, uno de los líderes de la organización terrorista Hamas, Mahmoud Zahar, declaraba a la prensa sin inmutarse que “los judíos* serían expulsados de Palestina en breve, como lo fueron de Francia, Gran Bretaña, Rusia y Alemania, por haber traicionado, extorsionado y corrompido estos países”. Me temo que ninguno de estos países ha puesto el grito en el cielo y ha denunciado estas declaraciones como falsas y dañinas, ni ha exigido que se retiren. Tampoco la bienintencionada prensa internacional se ha hecho eco de las mismas.

Una vez más, y en vista de que no importa lo graves que sean las amenazas con que se tiene que enfrentar Israel como estado o cualquier judío de a pie -incluyendo la continua intoxicación de la opinión pública mundial con falsedades y mitos ancestrales resucitados-, ya que el mundo va a seguir mirando para otro lado, el mensaje que debe tener en mente Israel es claro: “nosotros solos”. Es la política que mejor resultado le ha dado, no sólo al moderno estado de Israel desde su fundación, sino al pueblo judío a lo largo de su historia.

Mal que nos pese a los que respetamos y admiramos a este pueblo y sus logros, la puerta debe estar siempre cerrada para el elemento externo y abrirse sólo con santo y seña. De otro modo, el pueblo judío correría un peligro tal, que su historia se habría extinguido “a la orilla de los ríos de Babilonia”.

*N.A. Nótese que habla de “judíos” y no de “israelíes” en ningún caso.