El gran músico irlandés afincado en Grecia, Ross Daly, director del centro de música Labyrinth Musical Workshop, en la isla de Creta, ha publicado recientemente una carta en la web de dicho centro, en la que relata un pequeño incidente ocurrido allí este año, durante uno de los seminarios que el centro realiza. El seminario en cuestión, era sobre laúd árabe y estaba impartido por un joven y talentoso laudista egipcio, el cual, se negó rotundamente a impartir sus clases a tres de los alumnos matriculados. ¿La razón? Eran israelíes.
Un sorprendido Daly (según sus propias palabras, nunca antes el centro había tenido un conflicto de esta índole) intentó razonar con el músico/profesor y hacerle recapacitar, con el fin de que todo pudiese desarrollarse con total normalidad. Sin embargo, éste no cedió, aduciendo que pese a no tener nada personal contra los tres chicos israelíes, sus principios no le permitían enseñarles. Ya conocemos de sobra la cantinela: "Israel hostiga a los pobres hermanos palestinos..." Al fin y al cabo, no es más que otro caso más de antisemitismo disfrazado de antisionismo. Sólo que en este caso, los tres alumnos israelíes no habían abierto la boca en ningún momento para manifestar si eran muy, poco o nada sionistas. ¿Y qué si lo son?
Un sorprendido Daly (según sus propias palabras, nunca antes el centro había tenido un conflicto de esta índole) intentó razonar con el músico/profesor y hacerle recapacitar, con el fin de que todo pudiese desarrollarse con total normalidad. Sin embargo, éste no cedió, aduciendo que pese a no tener nada personal contra los tres chicos israelíes, sus principios no le permitían enseñarles. Ya conocemos de sobra la cantinela: "Israel hostiga a los pobres hermanos palestinos..." Al fin y al cabo, no es más que otro caso más de antisemitismo disfrazado de antisionismo. Sólo que en este caso, los tres alumnos israelíes no habían abierto la boca en ningún momento para manifestar si eran muy, poco o nada sionistas. ¿Y qué si lo son?
El caso es que, para no tener que suspender el seminario, a Daly no le quedó más remedio que explicarles el caso a los tres estudiantes israelíes, pedirles todas las disculpas del mundo, devolverles todo el dinero de sus matrículas y alojamiento y, como compensación, permitirles asistir gratuitamente a todas las demás clases que se realizaban en el centro durante esa semana.
Sea como fuere, este pequeño pero desagradable incidente nos sirve para constatar dos cosas. En primer lugar, que una vez más son siempre los israelíes los que tienen que tragar y hacer el esfuerzo por comprender al otro, mientras nadie nunca se toma la molestia de intentar comprenderles a ellos. Y en segundo lugar, que es un error circunscribir el antisemitismo únicamente a las grandes manifestaciones o proclamas de muchos personajes, organizaciones o gobiernos. El antisemitismo es algo mucho más tangible y cotidiano. Está aquí, entre nosotros, y puede aflorar en cualquier momento. Hasta en el lugar, momento y situación menos esperados. Incluso en un simple seminario sobre música.