jueves, 22 de diciembre de 2011

LA SINRAZÓN LLEGA A TODAS PARTES

El gran músico irlandés afincado en Grecia, Ross Daly, director del centro de música Labyrinth Musical Workshop, en la isla de Creta, ha publicado recientemente una carta en la web de dicho centro, en la que relata un pequeño incidente ocurrido allí este año, durante uno de los seminarios que el centro realiza. El seminario en cuestión, era sobre laúd árabe y estaba impartido por un joven y talentoso laudista egipcio, el cual, se negó rotundamente a impartir sus clases a tres de los alumnos matriculados. ¿La razón? Eran israelíes.

Un sorprendido Daly (según sus propias palabras, nunca antes el centro había tenido un conflicto de esta índole) intentó razonar con el músico/profesor y hacerle recapacitar, con el fin de que todo pudiese desarrollarse con total normalidad. Sin embargo, éste no cedió, aduciendo que pese a no tener nada personal contra los tres chicos israelíes, sus principios no le permitían enseñarles. Ya conocemos de sobra la cantinela: "Israel hostiga a los pobres hermanos palestinos..." Al fin y al cabo, no es más que otro caso más de antisemitismo disfrazado de antisionismo. Sólo que en este caso, los tres alumnos israelíes no habían abierto la boca en ningún momento para manifestar si eran muy, poco o nada sionistas. ¿Y qué si lo son?

El caso es que, para no tener que suspender el seminario, a Daly no le quedó más remedio que explicarles el caso a los tres estudiantes israelíes, pedirles todas las disculpas del mundo, devolverles todo el dinero de sus matrículas y alojamiento y, como compensación, permitirles asistir gratuitamente a todas las demás clases que se realizaban en el centro durante esa semana.

Sea como fuere, este pequeño pero desagradable incidente nos sirve para constatar dos cosas. En primer lugar, que una vez más son siempre los israelíes los que tienen que tragar y hacer el esfuerzo por comprender al otro, mientras nadie nunca se toma la molestia de intentar comprenderles a ellos. Y en segundo lugar, que es un error circunscribir el antisemitismo únicamente a las grandes manifestaciones o proclamas de muchos personajes, organizaciones o gobiernos. El antisemitismo es algo mucho más tangible y cotidiano. Está aquí, entre nosotros, y puede aflorar en cualquier momento. Hasta en el lugar, momento y situación menos esperados. Incluso en un simple seminario sobre música.

lunes, 5 de diciembre de 2011

¿IDOLATRÍA?

Ha muerto el Rab Nosson Tzvi Finkel, popular y estimado rabino ortodoxo de origen estadounidense y cabeza de la famosa Mir Yeshivá. Descanse en paz.

No relataré ahora su vida, pues para eso están la wikipedia y un sinfín de fuentes más. Simplemente hago referencia a su fallecimiento para cuestionar la parafernalia que ha conllevado y las controversias que el tratamiento de la noticia ha generado, una vez más, entre la comunidad más ortodoxa, que por criticar, ha llegado a criticar el hecho de que el Jerusalem Post publicase la noticia un día después de producirse. Parece que cuando quieren, los más ortodoxos sí leen periódicos o utilizan la tecnología...

Sólo hay que ver las fotos del funeral para darse cuenta de la magnitud del acontecimiento: cien mil personas portando el cadáver del rabino, envuelto y sobre una camilla, desde su casa hasta su Mir Yeshivá.








Dadas las circunstancias, me pregunto por qué todo esto. Entiendo perfectamente que el Rab Finkel fuese uno de los rabinos más importantes, queridos y carismáticos, y estoy seguro de que su pérdida deja un recuerdo imborrable y un hueco quizás imposible de cubrir. ¿Pero es necesario volverse locos por ello y andar paseando el cadáver envuelto y encamillado por todo Mea Shearim? Por favor, respetemos a los muertos y dejémoslos descansar, que la manera de la que se ha procedido es más propia de los árabes que de los judíos.

Aún más: creo sinceramente que es muy importante que las manifestaciones de cariño, apego, o incluso amor a una persona, por grande que ésta sea, no sobrepasen nunca cierto límite. Pues a menudo corren el peligro de convertirse en actos de idolatría. Sí, idolatría. Como peregrinar a Umán cada Rosh Hashaná a visitar la tumba de Najman de Breslov... Como dejar de cumplir un montón de mitzvot realmente importantes (¿amar al prójimo?) para cumplir a rajatabla 3 o 4 de ellas, rozando lo enfermizo... Como poner el Kotel o la Torá, consciente o inconscientemente a la altura de Dios...

CARTA ABIERTA A GILAD SHALIT DESDE LA VIEJA SEFARAD

Querido Gilad,

Supongo que estarás hecho polvo, cansado, confuso... Imagino que, sin haber tenido tiempo apenas para descansar, las sensaciones se agolparán todavía dentro de tí. Te secuestraron cuando sólo eras un crío de veinte años. Qué horror... No oso imaginar lo que habrás pasado cada día de cautiverio. Por eso celebro que esta historia haya tenido un final feliz y tú vuelvas sano y salvo al lugar que te corresponde.

Verás, yo soy español. En mi país sufrimos los actos terroristas de una organización llamada E.T.A. Entre los mil muertos que ya nos han causado sus atentados, hubo un caso especial, hace 14 años; un caso que conmovió más que nunca a toda nuestra sociedad. La víctima fue Miguel Ángel Blanco, un chico de 29 años que militaba en el Partido Popular. Los terroristas lo secuestraron y comunicaron que lo matarían en 48 horas si el gobierno de turno no llevaba a cabo el inmediato traslado de los etarras presos a las cárceles vascas. Tal acercamiento nunca sucedió y los terroristas cumplieron con su amenaza, asesinando a Miguel Ángel Blanco.

¿Por qué te cuento esto? Pues te lo cuento porque, pese a que no se puede culpabilizar al gobierno español por la muerte de aquel chico (los únicos culpables son los terroristas, malditos sean), me asusta la gran diferencia entre la actuación de mi gobierno y la del tuyo.

El hecho es que E.T.A. pidió el traslado de los presos, no que se liberara a mil de ellos (siquiera a uno) a cambio de Blanco. Es decir, pidió bastante menos de lo que Hamás ha pedido por tí. Y sin embargo el gobierno español se limitó a condenar el secuestro y a declarar que no podían ceder ante el chantaje de los terroristas. Mientras que tu gobierno no ha dudado en salvarte la vida, agarrándose incluso a la opción más descabellada imaginable: mil terroristas a cambio de tí.

Quizás me equivoque analizando las cosas de esta manera, pero lo que todo esto me indica es que Israel valora a cada unos de sus ciudadanos mucho más, infinitamente más, que España o que cualquier otro país del mundo. A diferencia de las demás naciones del planeta, Israel va hasta el fin del mundo para salvar a uno solo de los suyos. ¡Qué envidia! Siéntete afortunado y orgulloso de formar parte de ese país que no duda en enfrentarse a gran parte de su propia sociedad (liberar a mil terroristas palestinos no es una medida muy popular) para salvarte la vida.

Para terminar, quiero decirte que tu liberación me alegra de corazón. Para mi, tú también vales infinitamente más que ese millar de malnacidos liberados y que todas sus familias juntas. Sólo hay que ver vuestras reacciones al ser liberados: mientras tú declarabas “espero que este acuerdo ayude a alcanzar la paz”, los palestinos liberados escupían fuego contra Israel e incitaban a los suyos a la guerra santa contra los judíos. Esa es la diferencia entre tú y ellos, entre los israelíes y los animales sin entrañas de todos esos países que rodean al tuyo.



LA EMPANADA DE RANIA

Las prensas israelí y estadounidense recogían ayer una noticia que, sin asombrarme en absoluto, llegó a molestarme y de la cual me quiero hacer eco en este blog.

Al parecer, la reina Rania de Jordania “ha escrito” y publicado un libro de literatura infantil, junto con otro u otros autores, el cual verá la luz en diversos países de habla inglesa, entre ellos en Estados Unidos. La historieta en cuestión, titulada The Sandwich Swap, trata la historia de dos amigas, una árabe -de país indeterminado- y otra estadounidense, las cuales se hacen amigas y acaban intercambiando, posiblemente en el recreo, el bocadillo que da título al cuento. Desconozco el contenido del mismo -del bocadillo, digo-, pero el caso es que esta pequeña acción de compartir las une para siempre, abriéndoles a cada una de ellas una ventana al conocimiento de la cultura de su nueva amiga.

Realmente enternecedor, desde luego, si no fuera por el hecho de que, según medios no oficiales -y con esto quiero decir “fuentes no procedentes del gabinete de prensa de Rania de Jordania-, pero sí absolutamente creíbles, ya que provienen del mundo editorial y de la prensa, la tan admirada monarca jordana se ha negado en reiteradas ocasiones a que su librito sea traducido al hebreo y, por tanto, consecuencia obvia, distribuido en el mercado israelí.

Es sabido de todos que Rania de Jordania procede de una familia de origen palestino de alto nivel económico y radicada en Jordania, que la educó en los mejores centros bilingües del extranjero y que la preparó para casarse con alguien de su nivel. Seguramente, su familia no podía ni soñar con que acabaría siendo la reina de Jordania.

En cualquier caso, y puesto que Rania hace gala de un talante “occidental”, en cuanto a su imagen pública se refiere, así como de un compromiso constante con los derechos humanos, resulta sorprendente, cuando no indignante, que todo ese talante y glamour acaben yéndose por el sumidero de la intolerancia a las primeras de cambio, máxime, cuando el libro de cuentos tiene como temática -cito textualmente de lo recogido por la prensa en el evento de presentación del mismo- “el compromiso con el diálogo y la tolerancia”.

A Rania de Jordania se le supone más inteligencia y, sobre todo, más diplomacia, toda vez que el país del que es monarca tiene frontera con ese otro país que, aunque no lo diga, parece rechazar con su conducta en estos y otros momentos del pasado.

Sin embargo, la realidad parece ser otra y, aunque hoy sus “fuentes oficiales” se han apresurado a desmentir torpemente las informaciones que ayer ofrecía la prensa sobre la difusión de ese librito de cuentos que, seamos serios, ni siquiera ha escrito ella, pero que, ayudado de su imagen glamurosa, se venderá como churros por doquier, no queda otra que, al menos, denunciar su conducta públicamente.

Personalmente, no siento mucha devoción por la monarquía jordana, pese a todas las “muestras de amistad” con las que se ha prodigado España hacia ella durante los años de mi infancia, en la que veía, sentada frente al televisor, a la también glamurosa Noor, antes azafata americana, hacer de perfecta consorte de Hussein. Y no la siento, porque me parece un país islámico que podría sacar más partido a su moderación y comprometerse con Israel, a la par que Egipto, para lograr la paz en la región y que no hace sino perderse en guerras tribales estériles por la consecución del poder y por el mantenimiento del tren de vida de las élites, que, como Rania, ofrecen una imagen tan alejada de la realidad como hipócrita para con sus sociedades civiles.

Finalmente, me gustaría decir que esta Barbie islámica de perfección resplandeciente, que es Rania de Jordania, debería dejar a un lado la literatura -y no sólo en hebreo- y preocuparse un poco más de la situación de la mujer en los países árabes, ya que ella, como Suha Tawil -Arafat, de casada-, no sólo no la representan lo más mínimo, sino que se desentienden de su realidad cotidiana de sometimiento y vejación para dedicarse al shopping en Europa. Ambas deberían tomar ejemplo del respeto a la mujer inspirado y sostenido por la democracia israelí, en la que las mujeres primer ministro eran una realidad, cuando en Europa aún no se podía soñar con ello.

Desde aquí, tan sólo unas palabras: “Querida Rania, creo que te has hecho una pequeña empanada mental con el sandwichito de marras...”

LAS DOS SILLAS

Acabo de terminar la lectura de un libro que recoge una multitud de artículos de la periodista israelí Amira Hass y que en España se ha publicado en un volumen titulado Crónicas de Ramala. Dejando a un lado que se trata de una traducción de otra traducción -del hebreo al inglés y de éste al español- y que este hecho se hace notar, y no para bien, a lo largo de cada uno de los artículos, el libro se deja leer a través de sus ciento y tantas páginas, las cuales hacen un recorrido por las crónicas que para la prensa israelí fue escribiendo Hass desde Cisjordania, sobre todo, desde los últimos años noventa hasta los años de la llamada Segunda Intifada, allá por el 2002.

Lo más llamativo de este periplo periodístico, aquéllo que no deja de sorprenderme es algo que Amira Hass comparte, desde luego, con el resto del pueblo judío: hablo de la capacidad que tienen los judíos para la autocrítica feroz. Pese a las soflamas de los tiempos posmodernos, que sostienen que el Estado de Israel, y los judíos, por extensión, están sentados sobre una autocomplacencia absoluta, derivada de la escasa tendencia a la crítica de sus acciones para con los demás pueblos y, en concreto, para con los palestinos, yo sostengo que es hartamente costoso encontrar a un pueblo que se ponga a sí mismo tan en tela de juicio todos los días. De hecho, éste es, en mi opinión, un rasgo que lo hace vulnerable frente al mundo y que el mundo sabe utilizar en su beneficio.

No es mi intención dar lecciones de psicología ni de antropología, sino tan sólo comentar qué me ha sugerido la lectura del libro que da título a esta modesta columna de opinión. Y el caso es que me veo en la obligación de recurrir a un concepto que las personas que vivimos en determinadas zonas bilingües o biculturales de España conocemos, porque hemos estudiado en relación con esta biculturalidad, si se me permite el vocablo. Se trata del concepto del “auto-odio”. Concepto surgido de las mentes pensantes del nacionalismo no español o españolista y que pretende dar a entender una especie de esquizofrenia que se produce en los hablantes de la llamada “lengua B” del territorio en cuestión y que implica que estos hablantes vean a esa lengua, de la que son nativos por otra parte, como lengua de “segunda división”, digamos, destinada al uso en ambientes no oficiales, como la propia familia, mientras que conciben a la “lengua A” -el castellano, en este caso- como la verdadera lengua de cultura, la que merece todos los respetos y honores y en la que hay que expresarse ante el médico, el alcalde y demás fuerzas vivas. La sensación que me ha producido la lectura del libro de la señora Hass me ha retrotraído a este concepto, ya que cada una de las páginas del mismo destila una misma consigna: “perdón por existir”.

No pienso, sin embargo, que ésa sea la idea que la señora Hass tiene en mente transmitir, sino que más bien es lo que subyace a su denuncia permanente de las injusticias que Israel comete en los llamados territorios ocupados, aquéllos en los que está presente más allá de la denominada Línea Verde. El caso es que desgrana una a una, sin ahorrar detalles, todas aquellas situaciones que le ha tocado vivir y que son contra justicia. Y digo “que le ha tocado vivir”, aunque en ocasiones puede tratarse de incidentes relatados por terceras personas, ya que la señora Hass parece tener una tendencia absolutamente marcada a creerse a pies juntillas aquello que proviene de fuentes palestinas civiles o de terceros países comprometidos con la causa palestina, pero a poner en duda de la misma manera todo aquello que procede de un estamento oficial de su país, Israel, llámese autoridad civil o ejército.

Leyendo muchas de esas situaciones, he sufrido como persona que soy, porque, aunque a algunos les cueste creerlo, soy sionista, pero no terrorista y sí individuo que sufre, como el que más, con las situaciones de injusticia y de vulneración de la dignidad personal que se dan en el mundo, individuo que se esfuerza día a día por ser mejor, como creo que muchos israelíes y judíos también. En este contexto, me han parecido desastrosas y hasta horribles algunas de las cosas que se narran en el libro y que han afectado o pueden afectar, desgraciadamente, a la población civil que vive en Gaza o en Cisjordania, pero creo que he sabido contextualizar todo aquello que nos narra Amira Hass y que ella descontextualiza a sabiendas en multitud de ocasiones. Con “descontextualizar” quiero decir muchas cosas. No sólo comenzar un artículo prescindiendo de todo contexto previo y arrojando al lector, como espectador, a la tragedia o al espanto que parece surgido de la mera maldad o arbitrariedad del ejército de Israel, porque sí, sin especificar un status quo previo o una concatenación de acontecimientos que ha llevado a tal o cual acción o consecuencia, sino el ser abiertamente tendenciosa en la elaboración de una escena o en el análisis de unos acontecimientos. Opino que Amira Hass coloca siempre el foco sobre el palestino, supuestamente caído, y el dedo acusador sobre Israel y su ejército, supuestamente siempre agresores y nunca víctimas, pese a las bajas que hay cada día entre la juventud israelí alistada a un ejército en el que preferirían no estar para poder dar rienda suelta a su juventud y no quedar traumatizados de por vida, del mismo modo que la juventud palestina, no lo dudo, debe de estarlo. La señora Hass, al tiempo que dibuja miles de escenas dickensianas de cada una de las situaciones de sus artículos que tienen que ver con la sociedad palestina, desestima o ningunea todas la explicaciones que, día a día, está obligado a dar el Estado de Israel sobre cualquier incidente o noticia que tenga que ver con el conflicto.

Y aunque hay que reconocerle que en muy contados artículos denuncia la corrupción, la brutalidad y la ineficacia de la Autoridad Palestina para llevar a su pueblo hacia el desarrollo y, mucho menos, hacia la paz, también es de justicia subrayar que Hass acaba siempre culpando a Israel de uno u otro modo. La culpa acaba echando raíces en el mero hecho de la existencia de Israel como estado: es éste y no otro el elemento subyacente y definitorio de que a los palestinos les vaya tan mal. Todo ello soslaya o confiere la mínima importancia al nepotismo, a la violencia y al tráfico de influencias y de dinero que se dan en los territorios bajo los auspicios de los gobiernos occidentales y de las organizaciones que, como la Unión Europea, donan gratuitamente miles de millones de dólares a los jerifaltes palestinos del momento -Amira Hass recoge algunas cifras, de hecho, lo cual hace pensar que es algo público y notorio- para que sus familiares se lo gasten en Los Campos Elíseos de París. Y esto mientras, durante la segunda Intifada, un gran porcentaje de obreros palestinos no cobraron el subsidio de desempleo durante meses, ya que el mismo dependía de la Autoridad Palestina y no de Israel, como en el pasado de “ocupación y control” absolutos de Israel en los años setenta del siglo XX, en el que los palestinos sí cotizaban y formaban parte de la Seguridad Social israelí. Con todo, no deja de sorprender que, pese a la defensa encarnizada que hace Amira Hass del derecho a existir de Palestina frente a su enemigo Israel, meta la pata de vez en cuando, informando de que en 1869, por ejemplo, la población árabe que vivía en la zona del actual Israel difícilmente se identificaba con un país y un devenir comunes. Parece, pues, que es éste otro de los desaciertos del pueblo de Israel: ayudar a los palestinos a crearse una identidad común para disputarles el derecho a la vida, pero ése es otro debate... En cualquier caso, la periodista también dedica un miniapartado en sus artículos para hablar de iniciativas de entendimiento de grupos pacifistas palestino-israelíes, que, según ella, no prosperan, porque Israel coarta su derecho a exhibirse públicamente. Mi opinión es, sin embargo, otra. En primer lugar, creo que es sabido que en Israel tienen cabida todas las opiniones, gusten o no, agredan a sus derechos básicos o no y sólo hay que ir a la Knesset para darse cuenta: allí hay diputados árabes, cuyo programa se fundamenta en la necesidad de desmantelar Israel y crear un sólo estado palestino en la región. En segundo lugar, pienso que sólo hay una mayoría pacifista e izquierdista en Israel, que se pelea con la razón que, dicen, les asiste, contra el aparato de su estado para ponerse del lado de los palestinos parcial o totalmente -véase Amira Hass-. Este fenómeno no tiene cabida en una sociedad como la palestina, profundamente marcada por una dictadura secular y por el fenómeno religioso radical, que la coloca cada vez más cerca de Irán y más lejos del mundo occidental y que está demasiado segura de ser la víctima mediática eterna para preocuparse de aparentar pacifismo ante el mundo: no le hace falta, el mundo la quiere como es, aunque, pongamos por caso, y no digo que sea la realidad actual, apoye mayoritariamente los atentados suicidas en Israel y no vaya a reconocer nunca que en 1869 sí había judíos en la llamada tierra palestina que, pese a constituir una minoría, si la comparamos con otros momentos históricos del pueblo de Israel en esa misma tierra, sí poseía una conciencia de pertenencia a un pueblo, a una historia y a una ubicación comunes, conceptos todos que quizás les faltaban a sus antepasados.

Cosas como ésta y, no otras, son las que me hacen pensar que, sinceramente, Amira Hass no mete la pata ni se equivoca. Está donde quiere estar, hace lo que quiere hacer, pero me temo que no es lo que quiere ser. Por todo ello, tengo que decir que le reconozco el valor de jugarse la vida para ser periodista en situaciones posiblemente arriesgadas para su integridad física, en aras de contar una noticia, así como la pasión y el ardor que pone en una causa que ella ve como noble y de justicia. No obstante, y siempre según lo que he leído -desconozco su actual devenir profesional y, por supuesto, personal- me parece que la señora Hass tiene también el dudoso honor de arrepentirse de ser judía israelí y es algo que me parece desastroso, precisamente teniendo en cuenta sus orígenes (según la reseña del libro, Amira Hass es la hija de una madre superviviente del campo de Bergen- Belsen y de un padre que estuvo confinado en un gueto durante la Segunda Guerra Mundial).

En cualquier caso, la solución a lo que yo concibo como un gran despropósito me llegó leyendo otro libro hace unos días. Me topé con el caso de una descendiente de judeoconversos de la Península Ibérica, cuya familia había conservado prácticas judaizantes y que, en el devenir de su propia historia personal, acabó convirtiéndose al judaísmo. Ante la pregunta del entrevistador de por qué lo había hecho, ella dijo algo muy simple, que yo suscribo y guardo en mi corazón como un tesoro: “hubo un día en mi vida en el que me di cuenta de que nadie puede estar sentado en dos sillas a la vez, hay que elegir”. Yo ya he elegido a favor de Israel, así como Amira Hass tiene todo el derecho del mundo a estar sentada en la silla enfrentada. Creo que esa posibilidad de estar y de dar cabida constituye la auténtica grandeza de la imperfecta democracia, aunque, subrayo, democracia, israelí, así como del pueblo judío. Ojalá -utilizando una raíz árabe- el panarabismo circundante, y actualmente de moda, entienda alguna vez que también debe generar espacios y hacer autocrítica de vez en cuando: ése es mi único deseo para el incierto futuro que se avecina, aunque me temo que soy pesimista al respecto.

OH, JERUSALEM

En esta mañana gris en la vieja Sefarad, una oración por La Ciudad con mayúsculas. Ha habido muchas -desde Susa a Roma, pasando por Alejandría-, las sigue habiendo -París, Londres, Nueva York-, pero La Ciudad sigue siendo ella, eterna, dolorida y sagrada: oh, Jerusalem.

Hace sólo un par de semanas, me bajé de un autobús frente a la Estación Central jerosolimitana, con el fin de coger otro autobús que me llevara a Tel-Aviv, “la que nunca duerme” de Oriente Medio. Ayer vi con horror cómo la bomba estallaba en el mismo sitio que yo había pisado recientemente. El terrorismo volvía a golpear a la capital de Israel después de siete años, nada menos, y yo estuve allí, cuando quizás los terroristas estaban en fase de toma de decisiones sobre el día y la hora a la que debía morir alguien más para que todo siga exactamente igual por aquellos lares.

En esta mañana, sólo pido una oración por ese puzzle de ciudad, hecho de retazos de culturas y religiones, que guarda bajo el subsuelo la masacre del año setenta, la de los hombres de David contra los jebusitas y quién sabe cuántas más. ¿Es acaso éste el sino del ser humano, del israelita, del judío, de la propia ciudad?

No puedo hacer mucho más que pedir una oración por Jerusalem, que abarque a todos, para ver si eso sirve de algo o hay que seguir desangrándose hasta el Armaggedon final. Una oración por las víctimas, por los asesinos, por los comentaristas occidentales malintencionados, por los gobiernos y por el pueblo expectante de a pie.

Oh, Jerusalem, si te olvidara...