jueves, 22 de diciembre de 2011

LA SINRAZÓN LLEGA A TODAS PARTES

El gran músico irlandés afincado en Grecia, Ross Daly, director del centro de música Labyrinth Musical Workshop, en la isla de Creta, ha publicado recientemente una carta en la web de dicho centro, en la que relata un pequeño incidente ocurrido allí este año, durante uno de los seminarios que el centro realiza. El seminario en cuestión, era sobre laúd árabe y estaba impartido por un joven y talentoso laudista egipcio, el cual, se negó rotundamente a impartir sus clases a tres de los alumnos matriculados. ¿La razón? Eran israelíes.

Un sorprendido Daly (según sus propias palabras, nunca antes el centro había tenido un conflicto de esta índole) intentó razonar con el músico/profesor y hacerle recapacitar, con el fin de que todo pudiese desarrollarse con total normalidad. Sin embargo, éste no cedió, aduciendo que pese a no tener nada personal contra los tres chicos israelíes, sus principios no le permitían enseñarles. Ya conocemos de sobra la cantinela: "Israel hostiga a los pobres hermanos palestinos..." Al fin y al cabo, no es más que otro caso más de antisemitismo disfrazado de antisionismo. Sólo que en este caso, los tres alumnos israelíes no habían abierto la boca en ningún momento para manifestar si eran muy, poco o nada sionistas. ¿Y qué si lo son?

El caso es que, para no tener que suspender el seminario, a Daly no le quedó más remedio que explicarles el caso a los tres estudiantes israelíes, pedirles todas las disculpas del mundo, devolverles todo el dinero de sus matrículas y alojamiento y, como compensación, permitirles asistir gratuitamente a todas las demás clases que se realizaban en el centro durante esa semana.

Sea como fuere, este pequeño pero desagradable incidente nos sirve para constatar dos cosas. En primer lugar, que una vez más son siempre los israelíes los que tienen que tragar y hacer el esfuerzo por comprender al otro, mientras nadie nunca se toma la molestia de intentar comprenderles a ellos. Y en segundo lugar, que es un error circunscribir el antisemitismo únicamente a las grandes manifestaciones o proclamas de muchos personajes, organizaciones o gobiernos. El antisemitismo es algo mucho más tangible y cotidiano. Está aquí, entre nosotros, y puede aflorar en cualquier momento. Hasta en el lugar, momento y situación menos esperados. Incluso en un simple seminario sobre música.

lunes, 5 de diciembre de 2011

¿IDOLATRÍA?

Ha muerto el Rab Nosson Tzvi Finkel, popular y estimado rabino ortodoxo de origen estadounidense y cabeza de la famosa Mir Yeshivá. Descanse en paz.

No relataré ahora su vida, pues para eso están la wikipedia y un sinfín de fuentes más. Simplemente hago referencia a su fallecimiento para cuestionar la parafernalia que ha conllevado y las controversias que el tratamiento de la noticia ha generado, una vez más, entre la comunidad más ortodoxa, que por criticar, ha llegado a criticar el hecho de que el Jerusalem Post publicase la noticia un día después de producirse. Parece que cuando quieren, los más ortodoxos sí leen periódicos o utilizan la tecnología...

Sólo hay que ver las fotos del funeral para darse cuenta de la magnitud del acontecimiento: cien mil personas portando el cadáver del rabino, envuelto y sobre una camilla, desde su casa hasta su Mir Yeshivá.








Dadas las circunstancias, me pregunto por qué todo esto. Entiendo perfectamente que el Rab Finkel fuese uno de los rabinos más importantes, queridos y carismáticos, y estoy seguro de que su pérdida deja un recuerdo imborrable y un hueco quizás imposible de cubrir. ¿Pero es necesario volverse locos por ello y andar paseando el cadáver envuelto y encamillado por todo Mea Shearim? Por favor, respetemos a los muertos y dejémoslos descansar, que la manera de la que se ha procedido es más propia de los árabes que de los judíos.

Aún más: creo sinceramente que es muy importante que las manifestaciones de cariño, apego, o incluso amor a una persona, por grande que ésta sea, no sobrepasen nunca cierto límite. Pues a menudo corren el peligro de convertirse en actos de idolatría. Sí, idolatría. Como peregrinar a Umán cada Rosh Hashaná a visitar la tumba de Najman de Breslov... Como dejar de cumplir un montón de mitzvot realmente importantes (¿amar al prójimo?) para cumplir a rajatabla 3 o 4 de ellas, rozando lo enfermizo... Como poner el Kotel o la Torá, consciente o inconscientemente a la altura de Dios...

CARTA ABIERTA A GILAD SHALIT DESDE LA VIEJA SEFARAD

Querido Gilad,

Supongo que estarás hecho polvo, cansado, confuso... Imagino que, sin haber tenido tiempo apenas para descansar, las sensaciones se agolparán todavía dentro de tí. Te secuestraron cuando sólo eras un crío de veinte años. Qué horror... No oso imaginar lo que habrás pasado cada día de cautiverio. Por eso celebro que esta historia haya tenido un final feliz y tú vuelvas sano y salvo al lugar que te corresponde.

Verás, yo soy español. En mi país sufrimos los actos terroristas de una organización llamada E.T.A. Entre los mil muertos que ya nos han causado sus atentados, hubo un caso especial, hace 14 años; un caso que conmovió más que nunca a toda nuestra sociedad. La víctima fue Miguel Ángel Blanco, un chico de 29 años que militaba en el Partido Popular. Los terroristas lo secuestraron y comunicaron que lo matarían en 48 horas si el gobierno de turno no llevaba a cabo el inmediato traslado de los etarras presos a las cárceles vascas. Tal acercamiento nunca sucedió y los terroristas cumplieron con su amenaza, asesinando a Miguel Ángel Blanco.

¿Por qué te cuento esto? Pues te lo cuento porque, pese a que no se puede culpabilizar al gobierno español por la muerte de aquel chico (los únicos culpables son los terroristas, malditos sean), me asusta la gran diferencia entre la actuación de mi gobierno y la del tuyo.

El hecho es que E.T.A. pidió el traslado de los presos, no que se liberara a mil de ellos (siquiera a uno) a cambio de Blanco. Es decir, pidió bastante menos de lo que Hamás ha pedido por tí. Y sin embargo el gobierno español se limitó a condenar el secuestro y a declarar que no podían ceder ante el chantaje de los terroristas. Mientras que tu gobierno no ha dudado en salvarte la vida, agarrándose incluso a la opción más descabellada imaginable: mil terroristas a cambio de tí.

Quizás me equivoque analizando las cosas de esta manera, pero lo que todo esto me indica es que Israel valora a cada unos de sus ciudadanos mucho más, infinitamente más, que España o que cualquier otro país del mundo. A diferencia de las demás naciones del planeta, Israel va hasta el fin del mundo para salvar a uno solo de los suyos. ¡Qué envidia! Siéntete afortunado y orgulloso de formar parte de ese país que no duda en enfrentarse a gran parte de su propia sociedad (liberar a mil terroristas palestinos no es una medida muy popular) para salvarte la vida.

Para terminar, quiero decirte que tu liberación me alegra de corazón. Para mi, tú también vales infinitamente más que ese millar de malnacidos liberados y que todas sus familias juntas. Sólo hay que ver vuestras reacciones al ser liberados: mientras tú declarabas “espero que este acuerdo ayude a alcanzar la paz”, los palestinos liberados escupían fuego contra Israel e incitaban a los suyos a la guerra santa contra los judíos. Esa es la diferencia entre tú y ellos, entre los israelíes y los animales sin entrañas de todos esos países que rodean al tuyo.



LA EMPANADA DE RANIA

Las prensas israelí y estadounidense recogían ayer una noticia que, sin asombrarme en absoluto, llegó a molestarme y de la cual me quiero hacer eco en este blog.

Al parecer, la reina Rania de Jordania “ha escrito” y publicado un libro de literatura infantil, junto con otro u otros autores, el cual verá la luz en diversos países de habla inglesa, entre ellos en Estados Unidos. La historieta en cuestión, titulada The Sandwich Swap, trata la historia de dos amigas, una árabe -de país indeterminado- y otra estadounidense, las cuales se hacen amigas y acaban intercambiando, posiblemente en el recreo, el bocadillo que da título al cuento. Desconozco el contenido del mismo -del bocadillo, digo-, pero el caso es que esta pequeña acción de compartir las une para siempre, abriéndoles a cada una de ellas una ventana al conocimiento de la cultura de su nueva amiga.

Realmente enternecedor, desde luego, si no fuera por el hecho de que, según medios no oficiales -y con esto quiero decir “fuentes no procedentes del gabinete de prensa de Rania de Jordania-, pero sí absolutamente creíbles, ya que provienen del mundo editorial y de la prensa, la tan admirada monarca jordana se ha negado en reiteradas ocasiones a que su librito sea traducido al hebreo y, por tanto, consecuencia obvia, distribuido en el mercado israelí.

Es sabido de todos que Rania de Jordania procede de una familia de origen palestino de alto nivel económico y radicada en Jordania, que la educó en los mejores centros bilingües del extranjero y que la preparó para casarse con alguien de su nivel. Seguramente, su familia no podía ni soñar con que acabaría siendo la reina de Jordania.

En cualquier caso, y puesto que Rania hace gala de un talante “occidental”, en cuanto a su imagen pública se refiere, así como de un compromiso constante con los derechos humanos, resulta sorprendente, cuando no indignante, que todo ese talante y glamour acaben yéndose por el sumidero de la intolerancia a las primeras de cambio, máxime, cuando el libro de cuentos tiene como temática -cito textualmente de lo recogido por la prensa en el evento de presentación del mismo- “el compromiso con el diálogo y la tolerancia”.

A Rania de Jordania se le supone más inteligencia y, sobre todo, más diplomacia, toda vez que el país del que es monarca tiene frontera con ese otro país que, aunque no lo diga, parece rechazar con su conducta en estos y otros momentos del pasado.

Sin embargo, la realidad parece ser otra y, aunque hoy sus “fuentes oficiales” se han apresurado a desmentir torpemente las informaciones que ayer ofrecía la prensa sobre la difusión de ese librito de cuentos que, seamos serios, ni siquiera ha escrito ella, pero que, ayudado de su imagen glamurosa, se venderá como churros por doquier, no queda otra que, al menos, denunciar su conducta públicamente.

Personalmente, no siento mucha devoción por la monarquía jordana, pese a todas las “muestras de amistad” con las que se ha prodigado España hacia ella durante los años de mi infancia, en la que veía, sentada frente al televisor, a la también glamurosa Noor, antes azafata americana, hacer de perfecta consorte de Hussein. Y no la siento, porque me parece un país islámico que podría sacar más partido a su moderación y comprometerse con Israel, a la par que Egipto, para lograr la paz en la región y que no hace sino perderse en guerras tribales estériles por la consecución del poder y por el mantenimiento del tren de vida de las élites, que, como Rania, ofrecen una imagen tan alejada de la realidad como hipócrita para con sus sociedades civiles.

Finalmente, me gustaría decir que esta Barbie islámica de perfección resplandeciente, que es Rania de Jordania, debería dejar a un lado la literatura -y no sólo en hebreo- y preocuparse un poco más de la situación de la mujer en los países árabes, ya que ella, como Suha Tawil -Arafat, de casada-, no sólo no la representan lo más mínimo, sino que se desentienden de su realidad cotidiana de sometimiento y vejación para dedicarse al shopping en Europa. Ambas deberían tomar ejemplo del respeto a la mujer inspirado y sostenido por la democracia israelí, en la que las mujeres primer ministro eran una realidad, cuando en Europa aún no se podía soñar con ello.

Desde aquí, tan sólo unas palabras: “Querida Rania, creo que te has hecho una pequeña empanada mental con el sandwichito de marras...”

LAS DOS SILLAS

Acabo de terminar la lectura de un libro que recoge una multitud de artículos de la periodista israelí Amira Hass y que en España se ha publicado en un volumen titulado Crónicas de Ramala. Dejando a un lado que se trata de una traducción de otra traducción -del hebreo al inglés y de éste al español- y que este hecho se hace notar, y no para bien, a lo largo de cada uno de los artículos, el libro se deja leer a través de sus ciento y tantas páginas, las cuales hacen un recorrido por las crónicas que para la prensa israelí fue escribiendo Hass desde Cisjordania, sobre todo, desde los últimos años noventa hasta los años de la llamada Segunda Intifada, allá por el 2002.

Lo más llamativo de este periplo periodístico, aquéllo que no deja de sorprenderme es algo que Amira Hass comparte, desde luego, con el resto del pueblo judío: hablo de la capacidad que tienen los judíos para la autocrítica feroz. Pese a las soflamas de los tiempos posmodernos, que sostienen que el Estado de Israel, y los judíos, por extensión, están sentados sobre una autocomplacencia absoluta, derivada de la escasa tendencia a la crítica de sus acciones para con los demás pueblos y, en concreto, para con los palestinos, yo sostengo que es hartamente costoso encontrar a un pueblo que se ponga a sí mismo tan en tela de juicio todos los días. De hecho, éste es, en mi opinión, un rasgo que lo hace vulnerable frente al mundo y que el mundo sabe utilizar en su beneficio.

No es mi intención dar lecciones de psicología ni de antropología, sino tan sólo comentar qué me ha sugerido la lectura del libro que da título a esta modesta columna de opinión. Y el caso es que me veo en la obligación de recurrir a un concepto que las personas que vivimos en determinadas zonas bilingües o biculturales de España conocemos, porque hemos estudiado en relación con esta biculturalidad, si se me permite el vocablo. Se trata del concepto del “auto-odio”. Concepto surgido de las mentes pensantes del nacionalismo no español o españolista y que pretende dar a entender una especie de esquizofrenia que se produce en los hablantes de la llamada “lengua B” del territorio en cuestión y que implica que estos hablantes vean a esa lengua, de la que son nativos por otra parte, como lengua de “segunda división”, digamos, destinada al uso en ambientes no oficiales, como la propia familia, mientras que conciben a la “lengua A” -el castellano, en este caso- como la verdadera lengua de cultura, la que merece todos los respetos y honores y en la que hay que expresarse ante el médico, el alcalde y demás fuerzas vivas. La sensación que me ha producido la lectura del libro de la señora Hass me ha retrotraído a este concepto, ya que cada una de las páginas del mismo destila una misma consigna: “perdón por existir”.

No pienso, sin embargo, que ésa sea la idea que la señora Hass tiene en mente transmitir, sino que más bien es lo que subyace a su denuncia permanente de las injusticias que Israel comete en los llamados territorios ocupados, aquéllos en los que está presente más allá de la denominada Línea Verde. El caso es que desgrana una a una, sin ahorrar detalles, todas aquellas situaciones que le ha tocado vivir y que son contra justicia. Y digo “que le ha tocado vivir”, aunque en ocasiones puede tratarse de incidentes relatados por terceras personas, ya que la señora Hass parece tener una tendencia absolutamente marcada a creerse a pies juntillas aquello que proviene de fuentes palestinas civiles o de terceros países comprometidos con la causa palestina, pero a poner en duda de la misma manera todo aquello que procede de un estamento oficial de su país, Israel, llámese autoridad civil o ejército.

Leyendo muchas de esas situaciones, he sufrido como persona que soy, porque, aunque a algunos les cueste creerlo, soy sionista, pero no terrorista y sí individuo que sufre, como el que más, con las situaciones de injusticia y de vulneración de la dignidad personal que se dan en el mundo, individuo que se esfuerza día a día por ser mejor, como creo que muchos israelíes y judíos también. En este contexto, me han parecido desastrosas y hasta horribles algunas de las cosas que se narran en el libro y que han afectado o pueden afectar, desgraciadamente, a la población civil que vive en Gaza o en Cisjordania, pero creo que he sabido contextualizar todo aquello que nos narra Amira Hass y que ella descontextualiza a sabiendas en multitud de ocasiones. Con “descontextualizar” quiero decir muchas cosas. No sólo comenzar un artículo prescindiendo de todo contexto previo y arrojando al lector, como espectador, a la tragedia o al espanto que parece surgido de la mera maldad o arbitrariedad del ejército de Israel, porque sí, sin especificar un status quo previo o una concatenación de acontecimientos que ha llevado a tal o cual acción o consecuencia, sino el ser abiertamente tendenciosa en la elaboración de una escena o en el análisis de unos acontecimientos. Opino que Amira Hass coloca siempre el foco sobre el palestino, supuestamente caído, y el dedo acusador sobre Israel y su ejército, supuestamente siempre agresores y nunca víctimas, pese a las bajas que hay cada día entre la juventud israelí alistada a un ejército en el que preferirían no estar para poder dar rienda suelta a su juventud y no quedar traumatizados de por vida, del mismo modo que la juventud palestina, no lo dudo, debe de estarlo. La señora Hass, al tiempo que dibuja miles de escenas dickensianas de cada una de las situaciones de sus artículos que tienen que ver con la sociedad palestina, desestima o ningunea todas la explicaciones que, día a día, está obligado a dar el Estado de Israel sobre cualquier incidente o noticia que tenga que ver con el conflicto.

Y aunque hay que reconocerle que en muy contados artículos denuncia la corrupción, la brutalidad y la ineficacia de la Autoridad Palestina para llevar a su pueblo hacia el desarrollo y, mucho menos, hacia la paz, también es de justicia subrayar que Hass acaba siempre culpando a Israel de uno u otro modo. La culpa acaba echando raíces en el mero hecho de la existencia de Israel como estado: es éste y no otro el elemento subyacente y definitorio de que a los palestinos les vaya tan mal. Todo ello soslaya o confiere la mínima importancia al nepotismo, a la violencia y al tráfico de influencias y de dinero que se dan en los territorios bajo los auspicios de los gobiernos occidentales y de las organizaciones que, como la Unión Europea, donan gratuitamente miles de millones de dólares a los jerifaltes palestinos del momento -Amira Hass recoge algunas cifras, de hecho, lo cual hace pensar que es algo público y notorio- para que sus familiares se lo gasten en Los Campos Elíseos de París. Y esto mientras, durante la segunda Intifada, un gran porcentaje de obreros palestinos no cobraron el subsidio de desempleo durante meses, ya que el mismo dependía de la Autoridad Palestina y no de Israel, como en el pasado de “ocupación y control” absolutos de Israel en los años setenta del siglo XX, en el que los palestinos sí cotizaban y formaban parte de la Seguridad Social israelí. Con todo, no deja de sorprender que, pese a la defensa encarnizada que hace Amira Hass del derecho a existir de Palestina frente a su enemigo Israel, meta la pata de vez en cuando, informando de que en 1869, por ejemplo, la población árabe que vivía en la zona del actual Israel difícilmente se identificaba con un país y un devenir comunes. Parece, pues, que es éste otro de los desaciertos del pueblo de Israel: ayudar a los palestinos a crearse una identidad común para disputarles el derecho a la vida, pero ése es otro debate... En cualquier caso, la periodista también dedica un miniapartado en sus artículos para hablar de iniciativas de entendimiento de grupos pacifistas palestino-israelíes, que, según ella, no prosperan, porque Israel coarta su derecho a exhibirse públicamente. Mi opinión es, sin embargo, otra. En primer lugar, creo que es sabido que en Israel tienen cabida todas las opiniones, gusten o no, agredan a sus derechos básicos o no y sólo hay que ir a la Knesset para darse cuenta: allí hay diputados árabes, cuyo programa se fundamenta en la necesidad de desmantelar Israel y crear un sólo estado palestino en la región. En segundo lugar, pienso que sólo hay una mayoría pacifista e izquierdista en Israel, que se pelea con la razón que, dicen, les asiste, contra el aparato de su estado para ponerse del lado de los palestinos parcial o totalmente -véase Amira Hass-. Este fenómeno no tiene cabida en una sociedad como la palestina, profundamente marcada por una dictadura secular y por el fenómeno religioso radical, que la coloca cada vez más cerca de Irán y más lejos del mundo occidental y que está demasiado segura de ser la víctima mediática eterna para preocuparse de aparentar pacifismo ante el mundo: no le hace falta, el mundo la quiere como es, aunque, pongamos por caso, y no digo que sea la realidad actual, apoye mayoritariamente los atentados suicidas en Israel y no vaya a reconocer nunca que en 1869 sí había judíos en la llamada tierra palestina que, pese a constituir una minoría, si la comparamos con otros momentos históricos del pueblo de Israel en esa misma tierra, sí poseía una conciencia de pertenencia a un pueblo, a una historia y a una ubicación comunes, conceptos todos que quizás les faltaban a sus antepasados.

Cosas como ésta y, no otras, son las que me hacen pensar que, sinceramente, Amira Hass no mete la pata ni se equivoca. Está donde quiere estar, hace lo que quiere hacer, pero me temo que no es lo que quiere ser. Por todo ello, tengo que decir que le reconozco el valor de jugarse la vida para ser periodista en situaciones posiblemente arriesgadas para su integridad física, en aras de contar una noticia, así como la pasión y el ardor que pone en una causa que ella ve como noble y de justicia. No obstante, y siempre según lo que he leído -desconozco su actual devenir profesional y, por supuesto, personal- me parece que la señora Hass tiene también el dudoso honor de arrepentirse de ser judía israelí y es algo que me parece desastroso, precisamente teniendo en cuenta sus orígenes (según la reseña del libro, Amira Hass es la hija de una madre superviviente del campo de Bergen- Belsen y de un padre que estuvo confinado en un gueto durante la Segunda Guerra Mundial).

En cualquier caso, la solución a lo que yo concibo como un gran despropósito me llegó leyendo otro libro hace unos días. Me topé con el caso de una descendiente de judeoconversos de la Península Ibérica, cuya familia había conservado prácticas judaizantes y que, en el devenir de su propia historia personal, acabó convirtiéndose al judaísmo. Ante la pregunta del entrevistador de por qué lo había hecho, ella dijo algo muy simple, que yo suscribo y guardo en mi corazón como un tesoro: “hubo un día en mi vida en el que me di cuenta de que nadie puede estar sentado en dos sillas a la vez, hay que elegir”. Yo ya he elegido a favor de Israel, así como Amira Hass tiene todo el derecho del mundo a estar sentada en la silla enfrentada. Creo que esa posibilidad de estar y de dar cabida constituye la auténtica grandeza de la imperfecta democracia, aunque, subrayo, democracia, israelí, así como del pueblo judío. Ojalá -utilizando una raíz árabe- el panarabismo circundante, y actualmente de moda, entienda alguna vez que también debe generar espacios y hacer autocrítica de vez en cuando: ése es mi único deseo para el incierto futuro que se avecina, aunque me temo que soy pesimista al respecto.

OH, JERUSALEM

En esta mañana gris en la vieja Sefarad, una oración por La Ciudad con mayúsculas. Ha habido muchas -desde Susa a Roma, pasando por Alejandría-, las sigue habiendo -París, Londres, Nueva York-, pero La Ciudad sigue siendo ella, eterna, dolorida y sagrada: oh, Jerusalem.

Hace sólo un par de semanas, me bajé de un autobús frente a la Estación Central jerosolimitana, con el fin de coger otro autobús que me llevara a Tel-Aviv, “la que nunca duerme” de Oriente Medio. Ayer vi con horror cómo la bomba estallaba en el mismo sitio que yo había pisado recientemente. El terrorismo volvía a golpear a la capital de Israel después de siete años, nada menos, y yo estuve allí, cuando quizás los terroristas estaban en fase de toma de decisiones sobre el día y la hora a la que debía morir alguien más para que todo siga exactamente igual por aquellos lares.

En esta mañana, sólo pido una oración por ese puzzle de ciudad, hecho de retazos de culturas y religiones, que guarda bajo el subsuelo la masacre del año setenta, la de los hombres de David contra los jebusitas y quién sabe cuántas más. ¿Es acaso éste el sino del ser humano, del israelita, del judío, de la propia ciudad?

No puedo hacer mucho más que pedir una oración por Jerusalem, que abarque a todos, para ver si eso sirve de algo o hay que seguir desangrándose hasta el Armaggedon final. Una oración por las víctimas, por los asesinos, por los comentaristas occidentales malintencionados, por los gobiernos y por el pueblo expectante de a pie.

Oh, Jerusalem, si te olvidara...

jueves, 10 de noviembre de 2011

LA VERDAD SOBRE EL WEST BANK

En el siguiente vídeo, Danny Ayalon, Ministro de Asuntos Exteriores de Israel, arroja un poco de luz a los hechos históricos del conflicto Israelí-Palestino, relacionados con el West Bank. El ministro israelí explica cuándo y cómo se originaron los términos "territorios ocupados" y "fronteras de 1967", a la vez que señala la incorrección de su uso dada su falta de veracidad.



viernes, 28 de octubre de 2011

MÁS DE LO MISMO

Este es un título, de por sí, demasiado amplio para dar a entender nada concreto sobre cómo se comporta el gobierno español o el aparato del estado –lo cual incluye a su jefatura- en cuanto a políticas varias. Somos un país, donde siempre y tediosamente encontramos por doquier “más de lo mismo” y “más de los mismos”. En este sentido, no sorprende en absoluto la visita oficial, por un lado, y oficiosa, por otro, de Sus Altezas los Príncipes de Asturias a Israel y a Palestina respectivamente, así como su rápida, pero obligada visita de cortesía a Jordania.

El País abre su crónica de hoy sobre el viaje de la siguiente manera: “aunque el Príncipe no es jefe de Estado y Palestina no es un Estado”. Con lo cual, poco más se puede añadir a la extraña manera de enfocar las relaciones diplomáticas de este país nuestro. Añade El País a mitad de crónica –en la que se puede notar un tonillo victorioso y alegre, muy distinto de su crónica de ayer en la que los príncipes visitaban Israel- que se trata de un hecho sin precedentes, ya que en el mundo hay muchos estados no visitados todavía por ningún miembro de la familia real española, pero un no-estado, como es el caso de Palestina, ya goza de ese honor.

Así las cosas, creo que no hay que ahondar mucho más en el tema. Los vicejefes del estado español han visitado, con dinero patrio, puesto que se trata de visita oficial, un estado que no lo es (¿qué diríamos si Cataluña o el País Vasco hicieran lo propio con los reyes de Noruega, por ejemplo?). Se han dejado agasajar con los honores de himno nacional, así como con la obligada recepción de representantes políticos y religiosos del lugar, con objeto de, digamos, “extender la paz por el mundo” y darle titulares a los medios antiisraelíes españoles, que son prácticamente todos. En la crónica que estamos mencionando, había un par de frases preciosas sobre el muro de separación entre Israel y Palestina, pero, curiosamente, ninguna mención al último atentado terrorista en Jerusalem. Siguiendo con su periplo, los príncipes han viajado a Jordania para congraciarse con la llamada monarquía hachemí, en un intento por averiguar quién es más Rania, si la propia que viste y calza, o nuestra glamurosa doña Letizia, ya que entendemos que no ha habido ninguna mención a las revueltas del pueblo jordano contra su anquilosado régimen. Nuestra Trinidad se ha deshecho en elogios al momento histórico que se vivía -no por Israel, claro, sino por Palestina-, ya que se guarda muy mucho de contrariar a los que le caen bien, tengan o no tengan a su población civil muerta de hambre o sin posibilidad de opinar, so pena de cárcel.

Como conclusión, ni siquiera voy a entrar a lamentar lo triste que resulta que los herederos a la corona no sepan ni pronunciar correctamente el nombre hebreo “Baruj” (si no se lo creen, echen mano de hemeroteca en los últimos Premios Príncipe de Asturias. Y eso que dicen que ella le prepara muy bien los discursos). O que no se molesten en felicitar el próximo Pésaj a todos los ciudadanos judíos de Israel, incluyendo a sus representantes políticos, que, pese a quien pese, también son judíos. O que en sus discursos caigan en los manidos lugares comunes sobre la Shoah o lo mucho que sentimos los españoles la expulsión de 1492: ¿de verdad lo sentimos? Dejemos de una vez el cinismo a un lado.

Simplemente diré que, por un vez, y visto que Su Majestad el Rey está en vías de jubilarse, podríamos aprovechar la ocasión y cambiar nuestras formas antediluvianas de relacionarnos con el mundo. Los jefes de estado en ciernes podrían analizar qué es lo que más le conviene a España de cara al futuro, en lugar de perderse en un dejà vu permanente. Si don Juan Carlos es muy amigo de la monarquía jordana, pongamos por caso, pues muy bien. Eso no justifica que no cambiemos nuestra política actual hacia la misma. Si históricamente nos hemos puesto del lado de Palestina porque sí o por judeofobia, pues estupendo, pero quizás sea el momento de ver si Israel lo hace mejor en casi todos los ámbitos o si, incluso, está creando puestos de trabajo para científicos españoles, ya que nuestra patria es un desierto de I+D.

Estimados príncipes, lo siento, pero no me vale. Es más de lo mismo.

jueves, 24 de marzo de 2011

LA CORTINA DE HUMO Y EL ETERNO CHIVO EXPIATORIO

Hace dos días que el gobierno español, a través de la titular de exteriores, Trinidad Jiménez, emitía un absurdo y extemporáneo comunicado informando, una vez más, de su compromiso con la creación de un estado palestino en el territorio de Israel y haciendo públicas sus conversaciones con su supuesto homólogo palestino. Al mismo tiempo, ese mismo día, el diario El País se hacía eco en su portada del hecho de que Israel mantenía conversaciones con Washington para forzar una hipotética intervención militar contra Irán en el futuro próximo.

Sinceramente, y con la que está cayendo, económica y socialmente hablando en nuestro país, resulta absurdo, cuando no insultante, que se rebaje tanto la percepción de la capacidad de pensar del ciudadano medio español por parte de la “clase” política española y de sus medios de comunicación afines y voceros.

Por otra parte, queda probada la hipocresía de un gobierno que ha permitido el descalabro del Sáhara y que lo sigue auspiciando, con su silencio y respaldo incondicional a Marruecos. País, que dicho sea de paso, está sostenido por una dictadura que haría palidecer a la de Franco, pero que, mire usted por dónde, a Zapatero y a su gobierno les cae bien. Finalmente, se impone siempre la ancestral verdad de los refranes castellanos: “más vale caer en gracia, que ser gracioso”, independientemente de que el gracioso sea un terrorista, como, por ejemplo, la organización Hamas, a la que seguimos sosteniendo los españoles con nuestros impuestos vía “ayuda humanitaria” de nuestro gobierno.

Las expresiones hechas, pues, ganan la partida al sentido común en este país nuestro y, así, resulta comodísimo echar mano de esa expresión idiomática de raíces bíblicas, por cierto, que es “el chivo expiatorio” y que, para el caso que nos ocupa, es siempre el estado de Israel, democracia parlamentaria, pero no del gusto del gobierno español, que se pirra por las dictaduras islámicas.

De la bisoñez de Trinidad Jiménez no hace falta decir nada: ella misma se retrata en sus apariciones públicas repletas de tartamudeos e inseguridades, en los momentos en los que el ventrílocuo Moratinos no puede accionar el mecanismo que la hace articular palabra. De la desvergüenza de El País, Radiotelevisión Española y otros voceros oficiales y oficiosos de este status quo en el que nos ha tocado vivir, tampoco hace falta añadir nada.

Tan sólo recordarles a todos que todavía quedamos españoles con sentido crítico, a los que podrán pisotear, pero no engañar con cortinas de humo y que, justamente éstos, son los que van a defender a Israel ante cualquier ataque judeófobo, traidor y malintencionado, que se produzca, provenga de la instancia que provenga.

lunes, 14 de marzo de 2011

NOSOTROS SOLOS

Hace poco más de una semana se produjeron dos atentados contra sendas comunidades religiosas judías de dos países lejanos entre sí, pero que conforman el liderazgo indiscutible del bloque socioeconómico de Occidente: me estoy refiriendo a Estados Unidos y a Alemania. En concreto, un complejo sinagogal del área de Chicago recibió un paquete bomba el domingo día 31 de octubre, mientras que otro complejo sinagogal en Alemania había sido objeto del lanzamiento de un cóctel molotov el sábado día 30 de octubre. No hubo víctimas, aunque sí daños materiales.

Personalmente, tuve conocimiento de ambas noticias por la prensa israelí, la cual intento leer en todas sus vertientes ideológicas para tener una idea lo más cercana posible a la realidad cotidiana de este país. No obstante, dejando de lado el titular necesario que las prensas locales de las zonas implicadas en los atentados recogían, lo difícil -por no decir prácticamente imposible- era encontrar una reseña, por breve que esta fuera, en la prensa internacional, ya que las agencias y medios de comunicación españoles directamente optaron por no incomodar al público con estas “pequeñeces”, como suele ocurrir cuando el agredido no les interesa.

Guido Westerwelle -vicecanciller del gobierno de Angela Merkel- trató los hechos acaecidos en el complejo sinagogal inaugurado apenas en septiembre de este año y del que no se daban más detalles -vaya usted a saber por qué- como “hecho execrable”, a la par que señalaba la imposibilidad de que el “antisemitismo vuelva a campar a sus anchas por Alemania”. En cuanto a la congregación de Chicago, se recogían diversas reacciones de los líderes religiosos de la zona, así como de otros lugares con fuerte presencia religiosa y social judía, como es el caso de Nueva York. Dov Hikind, miembro destacado de una congregación importante de Brooklyn, decía que la policía había incrementado el número de efectivos que vigilan de cerca estas comunidades, pero que, debido a la abundancia de las mismas en Nueva York era casi imposible garantizar la seguridad de todas ellas. Añadía algo demoledor y con lo que muchos estamos desgraciadamente de acuerdo: “no se trata de si las sinagogas de Brooklyn van a ser atacadas, sino de cuándo”. El responsable comunitario añadió, además, que eran las propias comunidades las que debían tomar sobre sí mismas la responsabilidad de protegerse, sin ceder a ningún tercero parte de esta responsabilidad.

La prensa israelí de hoy se hace eco de otra de las medidas y meditadas declaraciones de la administración del Nobel Barack Obama -este tema sí parece de interés público mundial-, en las que se dice que “la fuerza no es la única manera de parar a Irán”. Estas declaraciones se producían durante el transcurso de una reunión entre Netanyahu y Biden -toda vez que Obama se encontraba de gira por Asia- para tratar de la tan traída y llevada paz en la zona. Sería muy largo adentrarnos en las razones por las cuales es siempre Israel quien tiene que dar costosísimas explicaciones de lo que hace para conseguir la paz en la zona, sin implicar a ningún interlocutor más con tamaña responsabilidad, así que lo dejaremos para otro momento. No es tampoco el objetivo de este artículo dar a entender la necesidad de un conflicto armado contra Irán para solucionar los problemas del mundo, nada más lejos de la realidad. El acento se quiere poner, de hecho, en el “oídos sordos” del mundo o, por descender un peldaño en el registro, pero para que todos nos enteremos en el: “habla chucho, que no te escucho”.

Lo que intento decir es que el mundo está cada vez más de espaldas a lo que pueda ocurrirle al pueblo de Israel, dentro o fuera de sus fronteras, ya que lo que se execra no es ya la idea de Israel como estado opresor, sino, cada vez con paso más firme y demoledor, el hecho de ser judío en el mundo actual. Parece que la judeofobia explícita y virulenta ha despertado de un letargo de setenta u ochenta años y gana adeptos por doquier, ante la insípida mirada del mundo civilizado.

Sin ir más lejos, este sábado, uno de los líderes de la organización terrorista Hamas, Mahmoud Zahar, declaraba a la prensa sin inmutarse que “los judíos* serían expulsados de Palestina en breve, como lo fueron de Francia, Gran Bretaña, Rusia y Alemania, por haber traicionado, extorsionado y corrompido estos países”. Me temo que ninguno de estos países ha puesto el grito en el cielo y ha denunciado estas declaraciones como falsas y dañinas, ni ha exigido que se retiren. Tampoco la bienintencionada prensa internacional se ha hecho eco de las mismas.

Una vez más, y en vista de que no importa lo graves que sean las amenazas con que se tiene que enfrentar Israel como estado o cualquier judío de a pie -incluyendo la continua intoxicación de la opinión pública mundial con falsedades y mitos ancestrales resucitados-, ya que el mundo va a seguir mirando para otro lado, el mensaje que debe tener en mente Israel es claro: “nosotros solos”. Es la política que mejor resultado le ha dado, no sólo al moderno estado de Israel desde su fundación, sino al pueblo judío a lo largo de su historia.

Mal que nos pese a los que respetamos y admiramos a este pueblo y sus logros, la puerta debe estar siempre cerrada para el elemento externo y abrirse sólo con santo y seña. De otro modo, el pueblo judío correría un peligro tal, que su historia se habría extinguido “a la orilla de los ríos de Babilonia”.

*N.A. Nótese que habla de “judíos” y no de “israelíes” en ningún caso.